20.5.08

Asfixiante.

Es la soledad de la noche que te deja despertar y sentir el frío de madrugada, es el golpe seco que te da la cobija, ansiosa por más calor del que tu solo puedes generar, y que te sacude de arriba a abajo para recordarte que, efectivamente, estás solo. Y qué importa si ella se fue? No va a voltear para tenderte la mano y regresar con falsas ilusiones y un puñado de mentiras para dejarlas sobre la mesa del teléfono. Te falta la vida por no escucharla venir? Las cajas están apiladas y llenas de recuerdos, precisamente de recuerdos que no pasarán del montón del corredor. El polvo y las hojas secas se acumulan sobre el piso, y las dejas cotinuar allí, inútiles y estériles, del mismo modo que dejas correr el tiempo de tu vida sin volver a salir para sentir la luz del sol.

Una noche más, solitaria, llena de vueltas y enredarse con la cobija, huyendo de la frialdad de la sábana y esperanzado con la falsa sensación de aliento en la espalda desnuda y ansiosa de caricias; y la violencia del nuevo toque de la cobija que reclama por más calor y amenaza con enredarse en tu cuello para robar lo poco que podías darle. El aire falta cada vez más y las ideas fluyen cada vez menos, el vaso de agua que antes completaba el descanso nocturno, hoy no es algo más que otra trampa para no completar las horas que dura la ausencia de luz. Ahora ya no hay lágrimas que derramar sin agua bebida, solamente queda la sensación de vacío que carcome las entrañas y que pincha como una descarga eléctrica.

Y solía esperar (yo) que pensaras y decidieras volver (tu), para ser la fórmula perfecta que no deja lugar al frío nocturno (nosotros), quería convertir los colores secos y deprimentes en alegría y música. Voltear al espejo cada mañana para ver tu sonrisa por partida doble y duplicar mi felicidad, haber esperado una foto diaria por nueve meses hasta verte reventar en un alguien bello de los dos y compuesto de nuestras fibras; ese pequeño alguien que necesitara de nuestro calor para sentirse no solamente seguro, sino amado e iluminado ante las horas sin sol. Y mi sol (tu) se escondió tras de las cobijas, se llevó al lucero que aclaraba mis mañanas y nunca más volvió a salir.

Uno nunca sabe...