20.5.05

Muerte.

No había odio en mí, nunca lo hubo ni habrá. La brutalidad de la acción misma de ver ahora esa creatura destrozada entre escombros y hierros retorcidos, la pasión que influencía la vista de roja sangre que escurre, aún tibia, el desgarrador latido ahogado de ese diminuto corazón que proveía de espíritu al cuerpo entero y ahora no hace más que empujar el resto del líquido vital fuera de su lugar; toda esta escena impactaba y me hería la vista, sin embargo me continuaba llamando la atención, especialmente retenía mi mirada el colorido espectáculo de la carne recién muerta.

Estaba aún desprendiendo vapor por el calor generado en mí cuerpo. Esta batalla era mía por fin, y bajo la lluvia helada meditaba acerca del trabajo que había costado siquiera enfrentarme a eso. La sensación de náusea que llenaba mi ser era intensa, genuinamente la náusea producida cuando un dolor agudo nos obliga a retroceder y llevar la mano al justo punto donde el dolor afecta. El mareo fue demasiado fuerte y caí; recuerdo haber estado solamente con media cabeza fuera del lodo, una oreja metida en él y, por ende, escuchando lo que la tierra murmura al sentir el frescor del agua cuando cae; con la otra pude oír pasos a lo lejos, extraños trotes que parecían ser de un ejército completo. Me venció el agotamiento.

Desperté y me ví amarrado hasta el cuello por una especie de vendas que no tenían el habitual color blanco, sino que eran amarillentas y estaban desgastadas, pero aún estaban demasiado resistentes como para romperlas (o quizá mi fuerza estaba aún mermada). Mejor me quedé inmóvil, como esperando a que alguien apareciera y me dijera que hacía yo allí; el lugar era extraño. Acogedor, con sala y varias ventanas con sus respectivas cortinas, pero aún más tenebroso por la ausencia de personas; estuve así por casi seis horas, hasta que una persona de lo más rara llegó hasta mí, ella era alta y de cabellos negros, rizados, manos grandes y piernas cortas, contrahecha. En su mano sostenía un libro que parecía grueso y, sin embargo, solamente tenía unas cuantas hojas en él; ella hablaba un idioma raro y siempre estaba leyendo el libro, daba la sensación de contarme la historia escrita en él. Hasta ahora no ha parado, y al parecer llegó ya a la última hoja, no puedo verle bien... Ahora lleva su mano a la espalda... el brillo de una hoja afilada aparece en su palma... empiezo a sentirme otra vez mareado... creo que después de todo, no lograré derrotar la muerte...

Uno nunca sabe...