20.9.04

Brisa.

Alguna vez alguien me dijo que los niños no debían llorar, no fue mi padre, no fue mi madre, no puedo recordar quién lo hizo, pero me dieron un consejo que resultó aparte de innecesario, inútil. Llorar no remedia nada, solamente muestra la maldita debilidad que tienes.

Una lágrima rodando por la mejilla no dice si eres tan hombre como para llorar o si no eres más que una nena llorona; nada dice nada, cuando caminas y entra polvo en tus ojos, lloras y no dices nada, cuando lloras porque alguien que amas se fué, no dices nada.

Hay ruido lejos, murmullos de risas apagadas, algarabía lenta de cristales rotos, fiestas aquí y allá, pero sólo sobre de mí, este par de labios rotos, escocidos por las lágrimas que han salido de mis ojos, irritados más aún por el polvo que ha logrado acumular el desprecio y olvido, a punto de reventar simplemente por el pasado, pasado que ha dolido.

¿Qué hago? Lloro, mucho, tendido. Lloro, pero en nada me he convertido.

Uno nunca sabe...