8.10.05

Vuela.

Te sentí al despertar, imaginé mi olor confundido con el tuyo. Te ví fundida con las estrellas y admiré el porte con el que te mecías de un lado a otro; ese pueril balanceo de niña lechosa, blanda y etérea... y desgraciadamente la somnolencia matinal desapareció, y tú con ella. No quedó más remedio que aceptar tu partida, deseando que la noche entregara aunque fuera un pequeño sueño de tí.

Sabías que jamás podrías estar lejos de mí, sabías que los días no serían lo mismo y menos aún las noches. Pudiste marcharte, pero no alejarte de mí. Mis lágrimas sabían a la sal de tu cuerpo cuando estabas por completo empapada, mis lágrimas escurrían (y escurrirían por más tiempo) y te mojaban aún más... Sabías que eras mía...

Nunca hubiera sido capaz de imaginarme que el arte de las musas diera y quitara tanto, que arrastrara consigo desgracia y dicha a la vez; no pensé que la música te acercaría a mí para después llevarte de mi lado para siempre... nunca lo pensé así, nunca lo pensé de ti...

Y esta mañana que te volví a oler, supe que estarías siempre aquí... esta mañana supe que, al igual que yo, tu me olerías cada mañana, me desayunarías, respirarías y pensarías cada día del resto de tu vida... y me sentí confortado porque supe que al menos tendríamos algo en común. Supe en ese momento de lucidez que aunque estuvieras haciendo el amor con cualquier ángel de voz, cuerpo y facciones perfectas, me sentirías solamente a mí y a nadie más que a mí. Que gritarías mi nombre en silencio, manifestándole un falso “te amo” cuando te sintieras desfallecer. Supe que estaría dentro de ti, en un lugar donde jamás alguien había llegado, ni llegará. Y todo esto lo supe porque lo aprendí de ti, porque sabes que haré lo mismo y sabes que todo será diferente en apariencia, pero seguirá siendo exactamente lo mismo dentro de nuestro corazón...

Uno nunca sabe...