9.5.07

Es carretera y hay lluvia.

Toluca ha estado con mucho calor, la carretera siempre es agradable y las personas parecen haber comprendido que es peligroso ir jugando en la autopista, sobre todo cuando cae la lluvia y humedece el calor. Cuando las gotas se deshacen contra el parabrisas, no sé si mueren, vienen a saludarte o tratan de avisar que algo está sucediendo. Mientras me aferro al volante y sigo las líneas que indican hacia donde hay que ir pienso en que sigo y seguiré buscando amor; unos cuantos tragos para confortarse y prepararse para esquivar el aceite y baches que se pierden en la cinta interminable.

Por ahora ya es tarde y el sol se va, las gotas siguen con sus avisos que les llevan a morir deformadas contra el frío cristal, eso está más que decidido. Se terminó la bebida, hora de conseguir más. Orillarse, ordenar y pagar es una acción que se completa en pocos minutos. No quiero subir mucho el volumen de la música, prefiero escuchar el ruido de las hojas y las ruedas, los charcos que se unen a las gotas que caen del cielo para tratar de hacer oír su mensaje. A ver cuánto logro recortar mi tiempo.

La cortina líquida es interminable, impenetrable y, además, infranqueable. Lo peligroso no es el corto campo visual que deja, sino el impercetible rastro de muerte que trae consigo. Un parpadeo y ahora vuelo hacia lo verde, me gusta la sensación de libertad, las ruedas dejaron de derrapar y la música se oye mejor. Me aferro al volante mientras que le subo un poquito más. Creo que ya no voy a llegar a Toluca, pero ya no importa.

Uno nunca sabe...