20.9.04

Brisa.

Alguna vez alguien me dijo que los niños no debían llorar, no fue mi padre, no fue mi madre, no puedo recordar quién lo hizo, pero me dieron un consejo que resultó aparte de innecesario, inútil. Llorar no remedia nada, solamente muestra la maldita debilidad que tienes.

Una lágrima rodando por la mejilla no dice si eres tan hombre como para llorar o si no eres más que una nena llorona; nada dice nada, cuando caminas y entra polvo en tus ojos, lloras y no dices nada, cuando lloras porque alguien que amas se fué, no dices nada.

Hay ruido lejos, murmullos de risas apagadas, algarabía lenta de cristales rotos, fiestas aquí y allá, pero sólo sobre de mí, este par de labios rotos, escocidos por las lágrimas que han salido de mis ojos, irritados más aún por el polvo que ha logrado acumular el desprecio y olvido, a punto de reventar simplemente por el pasado, pasado que ha dolido.

¿Qué hago? Lloro, mucho, tendido. Lloro, pero en nada me he convertido.

Uno nunca sabe...

Renuevo.

Más perlas de sudor en la frente, sangre en charcos por toda la pieza, sólido blanco en las paredes, mis puños aún yendo y viniendo contra la pared, dejando salir el coraje que siento por no estar contigo justo ahora; gritos desesperadamente ahogados en lo más profundo de mi garganta, sonidos que no puedo emitir, tratando de ocultar cuánto lo siento.

Las horas pasaban largas mientras esperaba tu regreso, contaba con ello, pero no sucedió. Cada minuto dolía más que el anterior, era como un ardor carcomiendo y lacerando todo mi ser. Quería salir a buscarte, ir corriendo y preguntando por tí, al menos saber qué hacías, dónde estabas.

Escasas lágrimas salían de mis ojos, mis pupilas quemadas por el sueño y mis párpados sin poder moverse, tenía más el aspecto de un cadáver luchando por regresar a la vida que el de una persona esperando que su amor vinera de nuevo. Escuché un sonido largo, agudo, que lastimaba los oídos, en mi desesperación creí que eras tú y salí a tratar de verte con las cuencas llenas de lodo que eran mis ojos; ansiaba estar junto a tí, pero no estaba seguro de que ese sonido encerrara tu presencia, así que apresuré el paso y repentinamente sentí que el suelo faltaba.

Sentía solamente el vértigo, la caída, y no sabía en qué momento llegaría al final, pensaba y trataba de hallar explicación a esto, la encontré: El sonido era enviado tuyo, para llevarme a donde estabas y encontrarte y estar junto a tí al fin, dulce muerte.

Uno nunca sabe...